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Un intento de resumir las diversas contribuciones realizadas en el trabajo conjunto en las “rúbricas” de Kinomichi

Atualizado: 9 de set.

Identidad y definición

Introducción

Creado en 1979 por el Maestro Masamichi Noro, el Kinomichi – literalmente “el camino (Michi) del Ki” – se presenta como una vía de transformación, basada esencialmente en la toma de conciencia psicomotriz y el desarrollo del practicante.

Verdadero arte del movimiento, hunde sus raíces en el concepto ancestral de Ki (equivalente al Qi chino), entendido tradicionalmente como “flujo natural de energía”. Flujo, porque recorre todo lo que existe y, en particular, todos los seres vivos; energía, porque es efectivamente la circulación incesante que se observa en el interior de estas entidades; natural, porque es inherente a nuestro lugar en la naturaleza fenoménica y no está causado por algún mecanismo externo.

La Vía del Ki – o Kinomichi – es pues, ante todo, el arte mediante el cual el practicante aborda la cuestión de su propio ser, así como la de su compañero, basándose en esta noción fundamental: ambos encarnan la circulación de una energía fundamental que no les pertenece, pero que es ventajoso compartir, sentir y respetar. Esto implica 1) considerarse a uno mismo como el campo en el que se manifiesta el Ki; 2) acoger y percibir a los demás –el compañero – de la misma manera, un compañero al que no hay nada que imponer sino, al contrario, al que proponemos una cocreación lúdica que permita el mayor despliegue posible de esta energía; 3) concebir el mundo circundante y la relación que mantenemos con él teniendo esto en cuenta. El tríptico que surge, que puede combinarse de todas las formas imaginables, puede resumirse así:

El sujeto (yo) - el interlocutor (tú) - el universo (el Otro).

Orígenes y metamorfosis

Maestro Noro, el creador del Kinomichi, fue durante mucho tiempo discípulo del Maestro Morihei Ueshiba, a su vez fundador del Aikido. El Aikido forma parte de la tradición Budo de las artes marciales japonesas. Fue sobre la base de esta enseñanza inicial que Maestro Noro creó su arte. Ahí radica la originalidad y la singularidad de Kinomichi: tras un largo periodo de reflexión y de acontecimientos personales, Maestro Noro propone transformar la relación marcial de ataque y defensa en una relación mutua de cooperación y de búsqueda incesante de la armonía con el compañero o compañeros. Superar los objetivos marciales es, pues, el acto fundacional del Kinomichi. Como repetía a menudo en el tatami, el Maestro Noro creía haber cumplido así un sueño alimentado por su maestro, el Maestro Ueshiba.

Es imperativo precisar que esta inversión de objetivos y métodos también debe su riqueza a la contribución/integración de los enfoques mente-cuerpo nacidos en Europa. De hecho, como suele subrayar Maestro Noro, el Kinomichi nació del encuentro entre Oriente y Occidente. Por esta razón, se adapta y respeta el “cuerpo” occidental, sin exigirle que se someta a las exigencias, a veces excesivas, de una finalidad marcial.

Esta transmutación implica una cosa fundamental: el otro ya no es alguien de quien debamos protegernos desarrollando ciertas técnicas apropiadas. Por el contrario, se convierte en socio, es decir, en una persona a la que podemos abrirnos progresivamente con total confianza, en la medida en que el a priori unificador no se concibe, o ha dejado de concebirse, en términos de dominación, competencia o imposición.

Esta inversión radical de perspectivas engendra lógicamente una atmósfera de paz y convergencia, que se manifiesta claramente en un propósito creativo: el movimiento se crea dentro de un diálogo corporal asumido y permanente.

Lejos de querer oponerse o protegerse de los demás, el Kinomichi pretende la confluencia de las intenciones motrices, relacionales y energéticas de los practicantes.

Recursos

Aunque se apoya en un sustrato filosófico-espiritual extremadamente fértil, el Kinomichi es ante todo una práctica construida en torno a cuatro principios esenciales: la existencia del Ki; la expansión tierra-cielo; la espiral; el contacto. Todos los demás conceptos, en particular las cinco S se derivan de estos fundamentos, que son sin duda los pilares de la práctica: Souplesse - Spirale - Sexy - Souffle - Spiritualitéoro - Sourire (Flexibilidad - Espiral - Sexy - Respiración - Espiritualidad).

Asumiendo su dimensión pragmática y tangible, la transformación física y psicológica del practicante se consigue a través de un número considerable de ejercicios, todos ellos encaminados a:

  • A su desarrollo energético, físico y psicológico;

  • Una transformación personal continua que implica “fundir” las tensiones y bloqueos existentes;

  • La fluidez del cuerpo y de las relaciones, mediante la repetición de ejercicios y su constante perfeccionamiento;

  • A la libre circulación del Ki, tanto en el propio cuerpo como en el del compañero, tanto en el corazón del propio movimiento, cuya inteligencia y pertinencia se redescubren a cada instante.

Desde el momento en que el practicante se encuentra con los demás sin aprensión ni apuestas competitivas, se establece un nuevo enfoque de la relación, por no decir de la realidad como tal.

Ahora que ya no es necesario tensarse o retraerse – aunque esto forma parte de un recorrido individual que siempre está marcado por algunos elementos traumáticos –, se desarrolla una comprensión de la esencia misma del movimiento, de su ritmo, de su musicalidad y de lo que podría llamarse su tono adecuado (o correcto). De hecho, cada compromiso motor, cada ejercicio permite desvelar una identidad propia – el movimiento está determinado por sus propias leyes, geométricas, finalistas, etc. – induciendo una cierta relación con el cuerpo, es decir, a una expresión tónica adecuada, o lo que en nuestras latitudes llamamos una eu-tonia (el tono adecuado, en griego). En esta medida, ya no se trata sólo de armonizar con el interlocutor, sino con el propio movimiento, que tiene su propio genio esperando a ser descubierto.

Ahora que la técnica se ha purgado de su escoria anterior – bloqueos, geometría aproximada, miedos diversos – puede abrirse, expresarse y liberar su propio potencial dinámico, sin más obstáculos. La fluidez del gesto va acompañada de su potencia inherente. El resultado es una aparente paradoja: lograr la máxima eficacia del movimiento con el mínimo esfuerzo. De este modo, si bien el movimiento que se trabaja es claramente eficaz, su naturaleza ha cambiado radicalmente: ya no se trata de eficacia de dominio, centrada en el resultado de la acción, sino de eficacia “propiamente dicha”, resultante de la calidad del movimiento y de su ejecución.

Como ocurre en muchas artes, podría decirse que el movimiento vive su propia vida y atraviesa a los interlocutores, despertando a menudo en ellos un profundo sentimiento de alegría, fruto de todo el proceso.

Por último, como el espectro “rítmico” del Kinomichi es amplio – desde movimientos realizados lentamente (Iniciaciones 1 y 2) para integrar su complejidad, hasta movimientos cada vez más dinámicos (a partir de la Iniciación 3) –, se invita a todos, incluidos los principiantes, a participar en función de sus propias capacidades, sea cual sea su edad, sin sentirse sobrecargados por proezas técnicas que no pueden integrar.

Kinomichi es una forma práctica y tangible de trabajar sobre uno mismo con vistas a conseguir una mayor sensación de fluidez interior y conexión, un mayor bienestar energético y un aumento tangible de la alegría.

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Fotos: André Olmos, Taís Triveni, Bosco Accetti e Acervo Pessoal

Ilustração: Vicente Baltar

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